FLORENCIO GALINDO
La pintura de Florencio Galindo (Adanero, Ávila), un artista que ha encontrado un espacio y un tiempo perfectamente propios para su creación, se mueve siempre en esa dualidad entre lo ético y lo estético, entre lo sucio y lo diáfano, entre lo turbio y lo extraordinariamente definido. Un realismo poético que estremece en su singular concepto de la belleza y que lo ha llevado a convertirse en el pintor más destacado de la llamada segunda generación del realismo español.
Florencio Galindo ocupa, sin ningún género de dudas, un lugar privilegiado dentro de la figuración española contemporánea por el grado de maestría y conocimiento mostrado en su universo pictórico y sobre todo por la solvencia artística desarrollado en el campo de la plástica española.
Perteneciente al célebre grupo de la Segunda Generación del Realismo Español, Florencio Galindo ha conseguido ocupar un espacio y un tiempo perfectamente propios para su creación y ha llegado a convertirse en el artista más destacado de este grupo generacional. Este espacio y tiempo perfectamente propios y a su vez definidos hacen del creador abulense un artista de absoluta referencia dentro del panorama artístico español actual. Su repertorio temático tan personal y propio adquiere y ofrece lo que está al alcance de solo unos pocos: Una Iconografía eternamente inconfundible.
La obra de Florencio Galindo ofrece, sin ninguna duda, los paradigmas y arquetipos esenciales de personalidad, singularidad e individualidad tan representativos de los Grandes Maestros de la Historia del Arte. Su mundo, su entorno, que mediante la plástica, desencadena brotes continuos de denuncia, muestra el interés de Florencio Galindo por mostrar lo que el hombre hace con la naturaleza. Su universo pretende dar un toque de atención a la destrucción del hombre reflejada en su hábitat en los objetos que le rodean. Un perro tras una reja, una alambrada que rodea, asfixiando a un rosal que crece trepando por los muros de la plástica o unos pájaros colgados o ahorcados de un cordel que no conocen lo que es la libertad, dan testimonio directo de la individualidad, singularidad y personalidad de su Iconografía; una Iconografía que ha encontrado su lugar entre las grandes OBRAS de la Historia del Arte, y que indudablemente pertenecen y habitan, única y exclusivamente en: Florencio Galindo.
Es precisamente esa valoración de transformar su particular mundo en una serie de imágenes que cuentan una determinada historia, lo que viene a suponer una de las más valiosas señas de identidad de “nuestra” pintura realista. Porque ya no sé trata del concepto de realidad o realidades como un valor propio o la particularidad mirada de lo anecdótico como algo excepcional sino lo que verdaderamente encierra su pintura: unos significados repletos de esencias y misterios que “empapan” muy rápidamente nuestras más intimas emociones.
“Las alambradas son un elemento plástico y no anecdótico. Son un símbolo real que funciona plásticamente dentro de la imagen pintada. Los artistas de este grupo generacional que estás estudiando no somos pintores de objetos sino de una realidad transcendida en la cual interviene tales objetos que explican y quieren decir algo concreto.”
Se trata de una pintura que transmite una invención argumentada en el limite de un mágico contexto y real, pero hecho realidad pictórica, imponiendo su historia en las propias raíces de la vida. Es la íntima plasmación de una visión personal en una transcendencia notable de extraordinaria transparencia, dónde la profunda humanidad del alma se revela con intensa y trágica energía, ávida de curiosidad y al mismo tiempo, interesada cada vez más por las fuerzas ocultas interiores, siguiendo caminos muy personales. Cualquier detalle episódico se confunde con la profunda participación emotiva de la poética creando una dinámica y a la vez sobrecogedora inquietud, que revelan lo poderoso y mágico de la imagen.
Realidad y sueño. Lo irreal proyectado por el sencillo y liviano sendero del pensamiento “marcando” los rasgos más íntimos de los sensible, dónde aporta su particular concepto de lo enigmático, signo excelente de su fuerza imaginativa y poética, sentida con una plenitud de vida excepcional.
(…) no se interesa por los grandes espectáculos de la naturaleza o realidad, sino por lo que es mucho más profundo, por el sentido de unidad dramático presente en ella; no persigue la representación de una belleza puramente formal, que represente un simple gozo para los sentidos, sino que pretende hacer pensar, reflexionar, y lo que personalmente nos parece esencial, muestra la diferencia entre las cosas que son a partir del conocimiento y de la razón, y las cosas que realmente son a partir de los sentidos; o dicho de otra manera: la diferencia entre las cosas que son y las que realmente se ven.
(…) su lenguaje, que se convierte en un mecanismo moderno e innovador, permite rectificaciones y correcciones según la interpretación, imaginación, talento o inspiración de su pensamiento y no una sistematización continua de un proceso establecido de antemano, donde la mirada del artista recorre caminos predeterminados. Porque su arte, no debería suscitar la controversia sobre la valoración de su hacer o su manera de entender la naturaleza, ya que ésta debe mirarse a través de un “ojo”, consciente de su posición, obteniendo lo esencial de una visión globalizadora e unitaria.
Su pintura presenta el control de un instinto que permanece como un hito oculto, disfrazado, dónde la aparente homogenización de su lenguaje, motivada por la esencial reducción de elementos triviales, no da lugar a percepciones insustanciales o frívolas. Atenta como nadie al contexto de su elaboración, la pintura se adecua en todo momento a las necesidades expresivas de su pensamiento, que son a su vez, modelos que representan el verdadero sentido y significación de su arte. El conocimiento de la pintura en un denso y sustancioso laboratorio matérico, hace de su proceso creativo todo un universo plástico sin parangón en el Arte Español Actual.
Un impulso espontáneo, hábil y visceral, que atiende a las diversas soluciones de su exquisito equilibrio, caracterizado por un elevado sentido de medida, de sobriedad manual, y de asombroso recogimiento, sin divagaciones curiosas pero si con algún capricho virtuosista . Un impulso que surge incontroladamente, pero dentro de toda una esencia lógica, entera, y perfecta, como un organismo que como este nace y se desarrolla alcanzando una madurez plena.
El Arte de Florencio Galindo nunca abandona la intimidad sustancial que “rescata” de la propia materia, y presta una atención especial al misterio latente que existe en toda naturaleza. Se produce entonces un diálogo con la sustancia pictórica, inagotable, secreto u universal donde su mirada no se ve atraída por la habilidad o el talento y sí por la seducción de representar la materia y la esencia misma de las cosas: exponer con la misma intensidad que posee la pintura, los valores de su pensamiento.